La tiroides, un órgano clave del sistema endocrino situado en el cuello, regula nuestro metabolismo mediante la producción de hormonas tiroideas. Su mal funcionamiento puede desencadenar alteraciones graves en la frecuencia cardíaca, respiratoria y temperatura corporal.
Aunque las causas del cáncer de tiroides no son claras, la exposición cervical a radiaciones y factores familiares son riesgos identificados. En muchos casos, el cáncer se detecta por la presencia de nódulos.
En sus etapas iniciales, el cáncer de tiroides suele ser asintomático. Sin embargo, su presencia se revela a menudo a través de la detección de exámenes físicos de rutina o pruebas de imagen. En fases avanzadas, pueden surgir síntomas como molestias locales o ronquera.
El estudio de los nódulos tiroideos, comunes y en su mayoría benignos, es crucial. La ecografía y la punción del nódulo, seguidas por un análisis de las células extraídas, establecen el diagnóstico. Un riesgo elevado guía el seguimiento o tratamiento del nódulo.
Los cánceres de tiroides varían, siendo el papilar el más común y con tasas de supervivencia superiores al 90%. La cirugía, generalmente la primera opción, implica la extirpación del tiroides o parte de él. El yodo radiactivo es eficaz en cánceres diferenciados, y la radioterapia/quimioterapia se reserva para casos específicos.
Las complicaciones son raras, pero la lesión de nervios laríngeos y glándulas paratiroideas es posible. La monitorización durante la cirugía ayuda a evitar estas complicaciones. El déficit de hormona tiroidea, aunque común, se gestiona con medicamentos orales.
Todos los pacientes necesitan seguimiento a largo plazo, que incluye análisis de sangre y pruebas de imagen específicas según el tipo de cáncer. Con un enfoque experto, las complicaciones son mínimas, y la tasa de supervivencia es excelente.
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